En una hacienda, se decía que un patrón abusaba de un pobre esclavo, de un pobre sirviente. Sí, no es nada nuevo, pero se dice también que al final este débil esclavo, este indio como lo llamaban se "rebeló" al darse cuenta de cómo en realidad lo trataban. Dejó sus obligaciones por su enfermedad. ¿Que cómo? Ya se los contaré, pues es mi triste y feliz historia.
Ya trabajaba 15 años en esa hacienda, 15 años que sufría sin darme cuenta sólo porque quería que mi familia tenga algo para comer. Tenía 17 años cuando empecé a trabajar. Era uno de los esclavos más eficientes y fuertes de la casa. Mi patrón era bueno en ese entonces, al menos lo era conmigo. Me ayudaba a cuidar de mi familia. Yo pensé que todo seguiría bien, pero así como todo lo que fácil viene, fácil se va; llegó ese tan infeliz día. Era 15 de septiembre, trabajaba en las cosechas cuando de pronto mi nariz empezó a sangrar descontroladamente. Dejé mi trabajo y fui donde el patrón, donde mi patrón, se asustó al verme y con la otra sirvienta me mandó. Tenía fiebre y no paraba de sangrar. Pensé que sólo era un pequeño derrame, como normalmente suele suceder, pero no, era más que eso. Como pasaron los días y seguía mal, mi patroncito me mandó al hospital, ahí los doctores me dijeron que yo tenía una enfermedad de la cual nunca antes había oído. Se llamaba cáncer y era mortal, al menos eso decían los médicos.
Meses después de que se enteraron de mi enfermedad, me dolía todo mi cuerpo, efectos secundarios que normalmente suceden, y bueno, ya no estaba tan apto para trabajar. Ahí fue cuando me di cuenta de la realidad que me envolvía y que fui tan ciego al no verla. Mi patroncito, como yo lo llamaba, me obligaba a trabajar más que antes. Según él, no podía estar vagando porque por algo me pagaba. No podía creer que mi querido patrón empezara a tratarme tan mal, después de todo lo que le ayudé, y ahora más, cuando ya no podía trabajar más. Me di cuenta como mi patrón trataba a los demás indios de la hacienda. Abusaba de ellos, les pegaba, les escupía, los pateaba, y a mí, que fui uno de los mejores empleados y le hice tantos favores, me empezó a tratar igual o peor.
No me creía mejor que los demás, pero al menos podría pagarme de alguna manera todo lo que hice por él, pero eso era mucho pedir. Lamentablemente para mí, no podía trabajar más y el viejo ese me empezó a tratar como basura. Parece que ya no le era eficiente y sólo era un estorbo. Me encomendé a Dios varias veces, quería recuperarme para que ya no me maltratara más, pero a pesar de todo el daño que me hacía, me era imposible desearle la muerte. Y el tiempo seguía pasando y todo seguía igual, hasta que un día me enteré de algo. Mi patrón fue al médico y ¿saben? Por coincidencias de la vida, él tenía la misma enfermedad que yo. Sólo que había una gran diferencia. Creí haber oído que la suya estaba más avanzada, y era verdad. Yo cada vez me sentía peor y si seguía ahí, era por mi familia, pero un día, así como de pronto, cuando ya empezaba a resignarme a sentirme mejor, empecé a recuperar las fuerzas que había, hace ya más de un año, perdido.
Al menos ya podía trabajar un poco mejor. Cada vez sentía un poco más de fuerzas. Pero había un problema: cuanto más me acercaba a mi patrón, ya no encontraba la admiración que un día le tuve. Cada vez que me acercaba más a él me trataba peor. Así que, conforme pasaba el tiempo, empecé a sentir algo nuevo por él, algo raro. Creo que se llamaba resentimiento. Lo empecé a odiar y este sentimiento nunca lo había sentido en mi vida y sobretodo con tanta fuerza. Me trataba mal, pésimo, horrible. Y lo peor era que no sólo me trataba así a mí, sino a todos los sirvientes. Me daba cólera. Y ese sentimiento crecía aún más.
Hasta que un día volvió el insoportable dolor, el cual durante unos meses me había dejado tranquilo. Decidí ir donde el viejo, donde el dueño de la hacienda, donde mi patrón sólo para pedirle un pequeño descanso, ya que en ese momento me encontraba trabajando, como siempre, en las cosechas. Él, como era de esperarse, no aceptó. Yo necesitaba ese descanso cada vez más, el dolor crecía, pero esto fue en parte bueno, ya que gracias a la necesidad que me causaba el dolor, iban creciendo agallas dentro de mí. Fue ahí cuando le dije que descansaría diga lo que me diga. Se quedó calado por un momento, pero cuando recuperó el habla me respondió diciéndome mi vida llena de insultos. No me importó. Fue ahí cuando me dijo: " Sólo espero que te mueras." Eso me dolió y bastante, pero no me importó. Salí de su habitación y fui a descansar. Doce años después me encuentro echado en la misma habitación, relativamente sano. Nadie se hubiera imaginado que esa sería la última vez en la que vería a mi patrón, pues él murió una semana después de aquel día, en el que me deseó la muerte.
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